Número 3 – 2016

El románico en el pajar. La portada oculta del Santuario de Estíbaliz

Ander Gondra Aguirre y Gorka López de Munain

En las últimas décadas, los edificios medievales han sufrido todo tipo de intervenciones, cada una de ellas realizada bajo los parámetros y criterios del momento. En el caso de las obras enmarcadas bajo el apelativo de “románico” (noción que, como es sabido, tiene su origen a principios del siglo XIX), las transformaciones han sido especialmente intensas, muchas veces espoleadas por una búsqueda de argumentos más conectados con lo ideológico que con lo meramente arquitectónico. Como recuerda Xavier Barral, “la historia de la arquitectura románica no se puede separar de la crónica de la restauración arquitectónica. Nosotros no vemos los monumentos románicos tal como eran en la Edad Media, sino más bien tal y como los han ido configurando los diversos restauradores”[1]. Toda investigación que pretenda estudiar algún aspecto de una obra de esta época, por tanto, debería en primer lugar interrogarse por las circunstancias que han rodeado sus restauraciones y las motivaciones que han propiciado el aspecto que hoy día podemos contemplar. Se podría decir que el románico es un estilo creado en el siglo XIX que, muy probablemente, poco tiene que ver con las construcciones que se levantaron entre los siglos XI y XIII.

 

Artículo

Fecha: 06/08/2016

Cómo citar este artículo:
Ander Gondra Aguirre y Gorka López de Munain, “El románico en el pajar. La portada oculta del Santuario de Estíbaliz”, e-imagen, Revista 2.0, Sans Soleil Ediciones, España-Argentina, 2016, ISSN 2362-4981

Bajo esta premisa, en este breve estudio buscamos interrogarnos sobre diferentes cuestiones vinculadas con uno de los templos más emblemáticos del País Vasco: el Santuario de Nuestra Señora de Estíbaliz. Hoy podemos contemplar un armonioso edificio de planta de cruz latina, cabecera de tres ábsides, dos bellas fachadas (una de ellas profusamente decorada) y una sacristía adosada de estilo neorrománico. En principio, todo parece encajar con la descripción arquetípica de un edificio románico, y todos los elementos de su alrededor se distribuyen para favorecer esta imagen. Sin embargo, una vez se empieza a indagar en su pasado y en la estructura que tenía el conjunto hace algo más de un siglo, comenzamos a ver que la estampa actual corresponde, realmente, a las múltiples restauraciones emprendidas en las décadas pasadas. Este ejercicio nos permitirá ver cómo se construye esta imagen idealizada, cómo se prescinde sin mayor contemplación de elementos que hoy tendrían gran valor histórico y cómo, en otras épocas, partes fundamentales como una gran portada podrían quedar perfectamente ocultas sin que nadie se sorprendiera por ello.

En el siglo XIX, el antiguo esplendor de Estíbaliz había ido reduciéndose de forma drástica y el lugar estaba ahora habitado por un labriego, habiendo perdido incluso el culto. Sin embargo, como ocurriera en otros muchos ejemplos similares, diferentes personalidades del momento comienzan a fijarse en los restos arquitectónicos que aún quedaban dispersos por la provincia, la mayoría de las veces en busca de las huellas que permitieran sostener sus elucubraciones sobre los orígenes gloriosos del territorio. En el caso alavés, los estudios de distintos académicos e historiadores que comienzan a preocuparse por el patrimonio local florecen en la década de 1870, coincidiendo igualmente con el primer alegato político reclamando la intervención y salvaguarda del santuario de Estibaliz: se trata de una moción presentada a las Juntas de Álava en el mes de noviembre de 1866 por Pedro Egaña, el entonces Diputado General de la Provincia:

Para que por los medios que estime más del caso procure y obtenga que se confíen á la guarda de la Provincia, ó adquieran por ella, en la forma más adecuada, á fin de conservarlos como monumentos históricos de gran valor, las ruinas, hoy inservibles para otro objeto, de la ermita juradera de San Juan de Arriaga, y de la Virgen de Estivariz, con la santa efigie de esta divina Señora, y terrenos contiguos que se crean convenientes[2].

En el año 1901, La lectura dominical, revista ilustrada editada en Madrid, se hacía eco de la campaña de suscripciones y donativos iniciada en Álava a fin de recaudar fondos que permitiesen acometer la restauración del Santuario de Estíbaliz, “esa joya, que Álava considera justamente como la más valiosa entre todas las suyas”[3] [Fig. 1]. Esta acuciante necesidad de restaurar el santuario pretende poner fin a una etapa previa, de una duración imprecisa, en la que Estíbaliz –al igual que otros templos de la zona– se hallaba sumida en el olvido y el abandono. Durante este periodo, las miradas se apartan de sus muros, los fieles no acuden a rendir culto y la sociedad, en términos generales, desatiende el estrecho vínculo que había mantenido con este enclave en general y con la imagen de la virgen de Nuestra Señora de Estíbaliz en particular. Es a esta difusa etapa, a la sombra de los momentos de mayor gloria y esplendor del templo, a la cual vamos a dedicar este artículo, ciñéndonos en realidad a unos elementos concretos: la puerta occidental del santuario y su relación con la figura del Páter de Estíbaliz, encargado del cuidado –o descuido– del lugar durante décadas.

Desde la perspectiva canónica de la Historia del Arte puede parecer inusual dedicar algo más que una simple nota al pie de página a estos temas. Sin embargo, parece necesario, desde determinados planteamientos teóricos, atender también a estos momentos aparentemente de impasse, a estos paréntesis en los que, tradicionalmente, se ha considerado que no pasaba nada. Además, en el caso de Estíbaliz, es oportuno plantear una mirada que se ocupe no sólo de los momentos de creación o producción, sino también de las etapas de deterioro o, incluso, destructivas. Como apunta Dario Gamboni en su historia de la destrucción del arte, “un examen más detenido de la historia de cualquier objeto muestra que los malos tratos en cuestión forman parte de una larga serie de intervenciones, las cuales pueden ser o no ser las últimas”[4].

Es interesante pensar en los factores que determinan la vida y duración de los objetos, en cómo el rango de monumento, arte o patrimonio determina absolutamente su pervivencia. En el caso de las iglesias, su “desfuncionalización” –por llamarla de alguna manera– amenaza también hoy la estructura de múltiples templos, aunque, como señala Gamboni, quizás sea más útil hablar de “un cambio de función y uso o una redistribución en el sistema de funciones y usos […] muchos autores han puesto de relieve lo normal que fue hasta época moderna eliminar lo que llamaríamos un monumento o una obra de arte cuando pasaba de moda o ya no se ajustaba a las necesidades y expectativas que antes satisfacía”[5]. En el caso de Estíbaliz, es difícil determinar cuáles fueron las razones que generaron el abandono, pero es innegable que los cronistas que volvieron a visitarla y valorarla durante las últimas décadas del siglo XIX se toparon de bruces con un cambio de función absoluto y radical:

El interior del templo está convertido en cochera y pajar: en mi última y reciente visita una carreta con barreras ocupaba el brazo del crucero correspondiente al lado de la epístola: en el extremo opuesto, ó sea en el brazo del crucero del lado del evangelio, había un gran montón de mazorcas de maíz dispuestas para ser desgranadas, y sobre la tabla de la mesa del altar mayor había unos cuantos fajos de pasto verde puesto allí para secarse á la sombra.[6]

Esta descripción tan detallada, publicada por el arqueólogo vitoriano José Cola y Goiti en 1892, es bastante tardía, pero una situación similar debió encontrarse Justo Antonio de Olaguibel exactamente cien años antes, al ser comisionado por las autoridades a realizar una Inspeción y tasación de Estíbaliz. En realidad, Olaguibel describe con detalle la composición interna de una “casa pegante”, en la que además de las estancias cotidianas había también dos corrales, un granero y un pajar, pero no podemos confirmar que esta casa sea la misma que se observa en las tempranas fotografías [Fig. 2]. Lo más probable es que la estructura ocupara en todo momento un espacio semejante, pero sufriera en el trascurso de las décadas numerosas transformaciones y reformas. En 1828, sin ir más lejos, las crónicas recuerdan que un rayo causó un incendio y destrozos que ocasionaron un costo de 2153 reales[7]. Además, para sumar un elemento más de confusión a toda esta historia, Ricardo Becerro de Bengoa afirmaba en 1870 que “sobre las ruinas de la casa del páter, se alzó la actual vivienda del inquilino”; por tanto, cabría pensar que hubo una casa anterior a la que muestran las imágenes conservadas.

Al menos desde el siglo XIX (y probablemente desde mucho tiempo antes), la iglesia había permanecido con una gran casa adosada en la que habitaba el páter, encargado del aseo y limpieza de la basílica, y único morador del territorio a excepción de un sacerdote al que el Hospital de Santiago de Vitoria (propietario del templo por aquel entonces) pagaba por renovar el sacramento una vez a la semana. Este sacerdote, en una fecha difícil de precisar, dejó de acudir por falta de culto y en el lugar quedó sólo el páter, tal vez con su familia y sus animales. De este modo, tenemos a la “joya” del románico alavés convertida en pajar y en un estado general de importante deterioro: sin vitrales, con la espadaña muy dañada –faltando el último cuerpo de la misma– y con la fachada del sur, la célebre Puerta Speciosa, profundamente afectada y con las huellas de un antiguo pórtico que antaño la cubría. Pero, sobre todo, la nave principal, debido a la casa que tiene adosada, se encuentra parcial y misteriosamente encubierta, resultando irreconocible su perfil. Como indicaba Ricardo Becerro de Bengoa, la vivienda del Páter de Estíbaliz ocupaba “todo el espacio situado entre el brazo izquierdo y el brazo mayor de la iglesia, comprendiendo también toda su parte anterior”[8]. Nos hacemos una idea más precisa de la ubicación de esta casa ‘pegante’ gracias a la planta diseñada por F. I. de Betolaza en 1908 [Fig. 3].

Y, llegados a este punto, la vida de este misterioso personaje y su vivienda, a las que poca o ninguna atención se les ha prestado por parte de los historiadores, nos plantea un interrogante: ¿Cómo era la disposición interior de la casa? ¿Dónde había quedado la portada ubicada a los pies del santuario? Y, por último, ¿desde cuándo llevaba ahí esa casa y cómo pudo adosarse de este modo a la portada de los pies del templo? Para intentar aproximarnos a una respuesta satisfactoria a tanto interrogante, contamos con abundante material gráfico y escrito sobre este periodo, pero pocos se detuvieron a fotografiar o describir este edificio adosado. Aun así, es posible reconstruir parcialmente el entuerto en base a varias fuentes. Sixto Mario Soto nos facilita la siguiente descripción en 1894:

La fachada principal que, como hemos dicho, hállase situada al oeste, está oculta por completo por un establo y un pajar cuyas vigas de apoyo para formar el suelo descansan en los capiteles de las pareadas columnas que forman el derrame de la portada; y doloroso es decirlo, cuando ignorante mano trató de buscar descanso para las vigas destinadas á recibir los cábrios del pajar, no encontró medio mejor para ello que romper los arranques de los arcos y hacer en ellos agujeros donde descansasen sólidamente las cabezas de las vigas. ¡Descuido imperdonable é ignorancia egoísta![9]

¿Qué culpa tendría el páter, al que habían supuestamente encomendado el cuidado de la Basílica, de que nadie valorase en aquel entonces esa portada? Como recuerda Gamboni al hablar de los “malos tratos” infringidos a objetos o monumentos, “teniendo en cuenta la posible discrepancia entre intención, efecto y juicio, quizá sea mejor llamarlo ‘mal uso’, uso incorrecto, ya que estas expresiones dejan claro que no es sino un tipo de ‘uso’ y que la distinción entre ‘mal uso’ y ‘uso’ depende de lo que se define como ‘uso adecuado’, en algún momento, para algún objeto, para alguna persona y en alguna circunstancia”[10]. Cuando Estíbaliz ni siquiera tenía culto y la única finalidad del edificio era la destinada a las labores agrícolas del páter, todo apunta a que aquél era un “uso adecuado” en dichas circunstancias. No en vano, este uso del edificio, evitando su completo abandono, ha contribuido de manera decisiva a su conservación, tal vez, en uno de los momentos más delicados de su larga existencia.

La portada del oeste ha sido omitida o desatendida por la mayoría de estudios realizados hasta la fecha y su extraña ocultación ha generado no pocos malentendidos: hay quien directamente la ha ignorado, dando por sentado que había sido completamente reconstruida a principios del siglo XX; quien la ha confundido o conectado con la puerta principal de acceso a la casa anexa –en base a un grabado de Juan Mañe i Flaquer realizado en 1879 para la publicación El oasis: viaje al país de los fueros, en el que, comparando con las fotografías de la época, se exagera su vistosidad [Fig. 4]–; y quien, atendiendo a ciertas crónicas en las que se hablaba de capiteles con una labor primorosa y de una hermosa ornamentación, ha creído que esa portada no podía tener mucho que ver con la actual, desprovista de grandes elementos decorativos.

Sin embargo, si atendemos a la descripción ya mencionada de Sixto Mario Soto y a varios artículos más en los que se mencionan de refilón detalles relativos a la fachada occidental, podemos intuir cuál era la situación de la misma. En 1880, Becerro de Bengoa apunta que la fachada “está destruida y sólo se conserva de ella algún vestigio de la puerta, que ahora da entrada a un corral”[11]. Aun así, años más tarde, cuando Sixto Mario Soto visita el templo, confirma que está siendo empleada para un fin impropio, aunque no la considera “destruida”, y nos proporciona la descripción anteriormente indicada, gracias a la cual conocemos los destrozos causados a fin de apoyar los elementos estructurales del pajar. Ya en el año 1900, el cronista de la provincia Manuel Díaz de Arcaya visita el templo y confirma que los capiteles “están alevosamente rotos, para dar entrada y sostén a los cabríos de un pajar, que con baldón del arte se hizo para la casa del labriego que allí habita”[12].

Estas descripciones no dejan lugar a dudas, pero una fotografía posterior al momento del derribo de la casa adosada, ejecutado entre los años 1907 y 1908, nos ofrece la confirmación casi definitiva de que la portada no sufrió en realidad grandes cambios con su restauración en el momento de revalorización general del santuario [Fig. 5][13]. Curiosamente, esta fotografía no ha sido considerada ni destacada en ninguna monografía previa, y nos permite comprobar dónde se ubicaron los elementos descritos en las citas que acabamos de enumerar: vemos el primer capitel de ambos lados roto, varios boquetes en el cuerpo superior y partes de las arquivoltas interiores destruidas. Contrastando la fotografía con una imagen de la portada tomada una vez realizada la reforma, se ve cómo destaca todavía la nueva factura y los retoques en los elementos indicados. Todo ello nos permite aventurar que la destrucción no había sido tal y que algunas imprecisiones, como las descripciones que hablaban de una mayor ornamentación (Vicente Vera y Díaz de Arcaya), se deben quizás a las condiciones de la ubicación anterior de esta fachada, incrustada en un contexto seguramente mal iluminado y con infinidad de elementos desconcertantes –maderos, paja, etc.–.

Con este breve repaso a un episodio olvidado de la historia del Santuario de Estíbaliz, vemos cómo, observado desde una perspectiva diferente, podemos extraer conclusiones importantes. La voluntad de dotar a los templos románicos de una apariencia arquetípica, que se adecúe a la visión estereotipada impuesta desde el siglo XIX, ha propiciado cambios que han modificado por completo los usos que hasta el momento de su restauración se estaba llevando a cabo y, fundamentalmente, han alterado la imagen y el perfil que el enclave tenía desde tiempos remotos. La casa adosada del páter, además de ocultar la nave principal, tapaba también la fachada occidental, lo cual impedía valorar el edificio en un sentido moderno. La mirada de la iglesia románica, forjada a través de décadas en las que se han ido introduciendo visiones que, en la mayoría de los casos, poco o nada tenían que ver con la situación real del pasado, se ha extendido de manera imparable hasta dominar por completo la percepción de estos edificios. Además, se aprecia una intención nada inocente de intentar remontar la estampa idealizada de la construcción a un momento histórico de especial resonancia. Pero, más allá de lo ideológico, este ímpetu por devolver al templo su imagen original va acompañada de la habitual cronología que suele describirse en los libros o carteles informativos: siglo XII, siglo XIII. Una vez retirada la casa del páter, es más fácil decir que la iglesia es del siglo XII  y de época románica (aunque algunos de sus muros se hayan levantado en pleno siglo XX y las modificaciones hayan sido muy profundas). Sin embargo, es preciso deconstruir estas visiones simplistas e intentar valorar estos edificios desde nuestro presente, lo cual, lejos de reducir su interés, los hace mucho más atractivos.

Notas:

[1] Xavier Barral i Altet, L´art romànic català a debat, Barcelona, Edicions 62, p. 21.

[2] Pedro de Egaña,  Moción presentada a las Juntas de Álava en el mes de Noviembre de 1866.

[3] Sin autor, “Santuario de Estibaliz en la provincia de Alava”, La lectura dominical, nº 395, 28 Julio 1901, pp. 472-473.

[4] Gamboni, Dario, La destrucción del arte, Madrid, Cátedra, 2014, p. 37.

[5] Ibid., 39.

[6] José Cola y Goiti, “Estibaliz”, Euskal-Erria, Tomo XXVI, pp. 33-38.

[7] Sixto Mario Soto menciona que “la guerra civil que asoló, desde 1833 a 1839 [en referencia a la Primera Guerra Carlista] aquellas comarcas, entregó a las llamas iglesia y monasterio”. Sixto Mario Soto, “La Basílica de Nuestra Señora de Estíbaliz”. Colección de artículos publicados en el periódico La Libertad, Vitoria, 1894.

[8] Ricardo Becerro de Bengoa,Contemplaciones artísticas. Estívaliz”, El Ateneo, 15 de septiembre 1870, pp. 84-86.

[9] Sixto Mario Soto, “La Basílica de Nuestra Señora de Estíbaliz”, op. cit.

[10] Gamboni, Dario, La destrucción del arte, op. cit. 38.

[11] Ricardo Becerro de Bengoa, “Descripciones de Álava”, 1880, reimpreso en Real Ateneo, Vitoria, 1918, p. 105.

[12] Manuel Díaz de Arcaya, La Basílica de Nuestra Señora de Estíbaliz, Vitoria, Imprenta Provincial de Álava, 1900.

[13]  Una primera restauración se lleva a cabo en el año 1910 y en 1911 estaba ya totalmente recompuesta. Más tarde, con motivo de la ampliación de 1927, se desmonta piedra por piedra la fachada para desplazarla los seis metros de ampliación de la nave principal.

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